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Nuestro Camino de Santiago



 
 Sobre la credencial del peregrino y nuestra propia experiencia en el Camino del Norte de Santiago, desde Santander hasta Santiago (558 km): 








La credencial del peregrino es el documento por excelencia del peregrino. Es, por otro lado, necesaria para la obtención de la compostela en la oficina de acogida al peregrino de Santiago y un buen recordatorio del itinerario de paso que se ha ido haciendo. 

 Se puede obtener en cualquier albergue (público-municipal o privado) o en alguna asociación de amigos del Camino, como en nuestro caso. Nosotros empezamos el día 9 de septiembre desde Santander y ese día nos correspondía la etapa hasta Santillana del Mar, que andando deben ser como unos 37-39km, aproximadamente. Era el primer día que empezábamos y entre que salimos tarde y era larga, acabamos muy reventados y llegando casi a las 21h de la noche. Fue, por así decirlo, nuestro primer bautismo de fuego. Esa noche, además, la oficina de turismo estaba cerrada y tuvimos que esperar para sellar a la mañana siguiente, lo que también nos retrasó en la salida de la siguiente etapa, que era la de Santillana-Comillas y por aquel entonces todavía hacía muchísimo calor, así que cualquier hora que te quitaras de andar al sol buena era. La segunda etapa (10 de septiembre) fue algo más ligera, digo yo que unos 30 km, y tuvimos la oportunidad de conocer a un personaje bastante particular en Cóbreces. Ya en Comillas, nos encontramos la oficina de turismo cerrada porque era fiesta ese martes y ese jueves y tuvimos que conformarnos con sellar en un albergue. Esto era importante ya que pretendíamos evitarlos a toda costa. Por la tarde fuimos a la playita y aproveché para quedar con una amiga de la zona, y a la noche acampamos algo antes de la Playa de Ravia y no muy lejos de la Playa de Oyambre, por la que cruzamos a la mañana siguiente. Esa noche tuve mi primera experiencia con la humedad y el rocío del suelo y mi saco era muy malo para aguantar el frío. 

La siguiente etapa (11-09) fue la de Comillas-Colombres, ya en Asturias, que fue larguilla y con bastantes subidas. Atravesamos San Vicente de la Barquera y aprovechamos para sellar en su parroquia. Además, mi mochila empezó a darme problemas y la llevé a un zapatero, al final para nada porque se acabó rompiendo y la tuve que cambiar en Llanes. Nos entretuvimos en San Vicente y eso nos ralentizó hasta Colombres. 

Ese día también atravesamos Unquera (último pueblo de Cantabria famoso por sus corbatas (de comer y no las de vestir)) y cruzamos el puente que lo separa de Bustio (ya en Asturias) por el río Deva. En Colombres sellamos en el Museo y Archivo Indiano (los españoles que se fueron a las Américas y volvían prósperos y enriquecidos) y tuvimos nuestra primera experiencia con otro grupo de peregrinos, un medio español, medio francés, José, y una holandesa de nombre Jorny. La siguiente etapa fue Colombres-Llanes (30km), bonita aunque larga (sobretodo la cuesta del campo de golf) pero mereció la pena visitar los Bufones y atravesar Andrín, un pueblito de casitas pequeñas pero muy coloridas. En Llanes tuve que cambiar la mochila y comprar otra porque se me rompió la cremallera y también fue donde probé los escalopines con cabrales y el auténtico arroz con leche asturiano. La siguiente etapa fue la de Ribadesella, si en Santillana habíamos dormido en la colegiata haciendo vivac, en Colombres en un muro de vivac, en Llanes volvimos a acampar, pero en Ribadesella volvió a aparecer la posibilidad de dormir en un banco y en el suelo de abajo. De Ribadesella se puede destacar el pueblo de Naves y la famosa playa de Gulpiyuri, famosa porque no da directamente al mar, sino que el agua entra por debajo de la roca de alguna manera que no sé explicar. A mí no me pareció para tanto. 

En la siguiente etapa teníamos que llegar hasta Colunga o Sebrayo, pero nosotros éramos más chulos que nadie y andamos hasta Villaviciosa llegando a las 20h de la tarde. Esa noche cayó la del pulpo por primera vez, lo bueno es que facilitamos la llegada a Gijón que ya de por sí era jodida con la de subidas que tiene. Hicimos vivac en la iglesia de Santa María de la Oliva. En Gijón paramos dos días que nos vinieron de perlas para descansar y salir de fiesta por la ciudad, además de comer los burritos del @bar_lostiranos (en Instagram) y cogernos una buena cogorza en el Mosh Pit y los bares de al lado. Fue también mi primer jaladón con la sidra. Después de este descanso, hubo que remontar y llegar hasta Avilés, donde dormimos de nuevo de vivak en un templete del parque. Al día siguiente la etapa era hasta Muros de Nalón y la lluvia volvió a hacer acto de presencia, fue aquí donde mi credencial sufrió los efectos de la humedad, vaya, que se mojó, para entendernos mejor. Llegamos a la hora de comer, pero decidimos llegar hasta Soto de Luiña con los huevos en la garganta porque era de noche y tiramos por una carretera con el arcén muy estrecho. En Soto nos encontramos a Jorni acompañada de una chica rusa que se llamaba Anastasia y que según nos contó, había empezado desde Avilés, o sea que llevaba un día en realidad.  Jorni, en cambio, empezó el camino del Norte en Irún, por lo que llevaba un buen trecho, si el Camino del Norte son en total como 820 km, ella llevaría unos 500 km y nosotros unos 200 km y pico, es decir, algo así como la mitad. En Soto dormimos en el soportal de su iglesia y al día siguiente llegamos hasta Cadavedo de maneras distintas, bien por el monte o bien por la carretera de Ballota. Luego al día siguiente nos tocaba Luarca (aunque en el sello ponía ayuntamiento de Valdés porque Asturias se divide en parroquias y Luarca era la capital de la parroquia de Valdés) decidimos avanzar hasta Villapedre para quitarnos algunos kilómetros en la etapa hasta La Caridad. Y así mismo, como habíamos avanzado en la etapa Luarca-La Caridad, una vez que llegamos, decidimos avanzar hasta Tapia de Casariego, donde ya sí que nos asentamos. De nuevo otra vez, si la etapa correspondiente era La Caridad-Ribadeo, como nosotros habíamos hecho noche en Tapia, una vez que atravesamos Ribadeo después de 17km y cruzar el largo puente de la autovía que la separa de Asturias, optamos por seguir hasta Lourenzá, que era también la siguiente etapa de unos 30 kilómetros. Llegamos para las 20h de la noche, pero habíamos cogido buen ritmo y logrado avanzar un buen trecho en pocos días. La etapa del día siguiente era Gontán, y como ese día llovía, fue el primer día que optamos por quedarnos en el albergue municipal. En mi caso luego le seguirían el de Baamonde, también municipal, y el Cruceiro de O Pedrouzo. Después de Gontán la siguiente etapa fue la de Villalba (Vilalba en gallego) y aquí, nos volvimos a reencontrar con Jorni, la chica holandesa, con la que de nuevo nos volvimos a enredar bebiendo nosotros cervezas y ella sus preciadas copas de vino. Esa noche después de una cuenta extraña en la que nos gastamos 50€ sólo en bebidas, nos propuso colarnos en su hotel porque nos aseguró que no había cámaras de seguridad y cuando estábamos dentro nos sorprendió uno de los dueños. Para no abandonar el placer de dormir bajo techo acabé pagando 12€ por dormir en el suelo de la habitación con mi saco y esterilla y renunciando a dormir en la calle y en el hueco de la cama que Jorni me ofreció. Previamente, se me tomó la temperatura (cosas de realizar el camino en los tiempos del COVID), además del DNI (trámites de siempre en los hoteles para evitar atentados terroristas y circunstancias similares). A la mañana siguiente, y como de costumbre, el despertador sonó a las 6:30 y para las 7:00 estaba ya en marcha. Abandoné la habitación en silencio y dejé a Jorni durmiendo. 


Llegué a Baamonde solo, ya que mi colega Alejo se había quedado esperando a una amiga que se incorporaba a la tarde, así que, aprovechando que podía llevar mi propio ritmo, sin hacer muchos descansos, y que la etapa era algo corta, reservé plaza en el albergue e hice tiempo bebiéndome alguna que otra cerveza en el bar A Rotonda, cuyas jarras por 2€ estaban muy bien de precio. Esa noche además hubo fútbol, era sábado y se enfrentaban el Real Madrid y el Betis. Yo, que soy madridista, debo decir que el partido fue un poco injusto para los segundos, ya que serlo no me debe eximir de poder decir la verdad y ser honesto. En el bar, que ya no era A Rotonda sino otro, el Madia Leva, estuve hablando con un señor mayor que me estuvo contando sus batallitas sexuales y de cómo creía debía complacer a una mujer, soltó una chapa algo extensa, pero era buen tipo y me invitó a dos cervezas (también jarras que junto a los cañones ha sido lo que más bebimos en el camino, los botellines rentaban menos). 

Después de Baamonde, la siguiente etapa era Sobrado dos Monxes, que indicaba dos tramos, uno de 37km y otro de 32km, y obviamente optamos por el segundo. En Sobrado sellamos en el monasterio y nos volvimos a liar con las cervezas como de costumbre. La verdad es que, después de las largas caminatas, estaba más que justificado, máxime teniendo en cuenta que la cerveza tiene propiedades analgésicas y antiinflamatorias que ayudan a calmar los dolores y no me lo estoy inventando, podéis buscarlo si queréis. Esa noche en Sobrado dormimos en el patio de una guardería y yo me metí dentro de una casa de plástico que era muy pequeña pretendiendo así aislarme de la humedad y el frío. La verdad es que en mi cabeza sonaba mejor porque dormí como el culo entre que estaba encogido y que esa casita de juguete no me aislaba nada.


Estábamos casi llegando a Santiago, sólo nos quedaba Arzúa y Pedrouzo, así que de nuevo, desde la etapa Sobrado-Arzúa volvimos a comernos la etapa del día siguiente y llegamos hasta O Pedrouzo a las 20h. Había, quienes optaban por tomar el camino corto hasta   Lavacolla, pero era un camino monótono por carretera y que no ofrecía ningún servicio, nosotros en cambio optamos por atravesar el de Arzúa porque yo después de lo de Sobrado no quería pasar otra noche durmiendo en la calle. Si hubiésemos cogido el camino corto hubiésemos  tenido que retroceder hasta Santa Irene u O Pedrouzo para poder buscar un alojamiento, o bien, como hicieron otros, buscarlo en Lavacolla. Pero nos vino bien coger ese camino porque pasamos por el bar Tía Dolores que está decorado con botellines de cristal, probamos la cerveza La Peregrina y nos estuvimos entreteniendo con unos gatillos que había por ahí. Lavacolla está muy próximo al aeropuerto de Santiago, que lleva el nombre de la escritora Rosalía de Castro.


Ya el martes 29, que era cuando yo tenía programado el vuelo de vuelta Santander-Málaga y que me era imposible haber cogido por mi mala planificación, pero también porque Ryanair no me permitía cambiar la fecha porque el precio del billete nuevo era superior al otro, y tuve que reemplazarlo por uno nuevo desde Santiago para el sábado día 3, fue cuando llegamos por fin a Santiago. La noche anterior en O Pedrouzo reservamos un airbnb para pasar dos noches en Santiago, y después de obtener la Compostela y habernos dejado una cuenta importante en el caro bar Stella de la Plaza do Franco, comimos de menú en la Casa Rodeiro, todo acompañado de un vino que nos ayudó a dormir una siesta placentera. A la noche volvimos a salir para tomar algo y acabamos quedándonos dormido en la casa de una amiga de la amiga de nuestro amigo. Tantos madrugones junto con las caminatas y las cervezas dan sueño a cualquiera. 


El miércoles 30 después de volver por la mañana al apartamento y dormir otro ratito preparé unas lentejitas para mí y los otros dos chavales para reponer fuerzas, y según me dijeron me debieron de salir muy ricas. También desayunamos como Dios manda y aprovechamos para comprar huevos, las lentejas, la verdura, pan, el chorizo y la leche. Hasta me hice un Colacao con chocolate fundido que llevaba como tres semanas sin probarlo. A la tarde-noche volvimos a quedar por el centro de Santiago, ya que, aunque el apartamento estaba en la Avenida de Lugo, al ser una ciudad pequeña se patea rápido. Me moló mucho el ambiente juvenil y universitario que ya había visto en otras ciudades como Salamanca o Granada y no tanto en Málaga que es donde vivo. 


Después de la clavada del día anterior en el bar Stella aprendimos la lección y nos fuimos al bar que estaba inmediatamente al lado, el Orense, donde las jarras eran mucho más baratas. Allí esperamos al resto de peregrinos que estaban rezagados y que llevaban un día de retraso, pero nos acabamos juntando tantos que nos tuvimos que poner en mesas aparte por el tema del COVID. Además, en ese bar eran especialmente hipocondríacos, y no dejaban sentarse a más de 6 por mesa y antes de que te diese tiempo siquiera a ponerte la mascarilla ya te estaban avisando para que te la pusieras, era bastante anecdótico todo. El caso es que al final terminamos en nuestro apartamento unos pocos después de haber comprado cervezas en un 24h, y bueno a eso dedicamos la noche. Gracias a eso conocí a otro peregrino que también tenía el vuelo hasta Alicante el día 3 e iba a alquilar un coche mientras tanto para ver algo de Galicia, de hecho, fue esa la manera en la que pudimos visitar, en poco tiempo, desde Muxía, pasando por Touriñán y Finisterre hasta Pontevedra, Cambados, Sanxenxo y A Lanzada, Baiona, La Guardia, Tui, el Monte Aloia y la ciudad portuguesa de Valença, con su famosa fortaleza. 


Así que el jueves después de despedirme de mis dos compañeros de viaje, Alejo y Andrés, al que conocimos en Asturias y con el que hicimos buenas migas, fui a CORREOS a enviar la tienda de campaña que me había prestado Alejo en Santander y que al final entre el vivac y que su tienda era de dos, no había llegado a desplegar ningún día. Otro de los compañeros de viaje era Dani, con el que salimos desde Santander (aunque él partió desde el hospital de Mompía y continuamente se quedaba rezagado por el camino, como cuando llegamos a Gijón o Santiago). Y después del tour en coche por las ciudades mencionadas, acabé volviendo a Málaga el mismo sábado 3 de octubre, habiendo vivido toda una experiencia que difícilmente se borrará de mi memoria, de ahí también el porqué de esta entrada, para recordar cuantos más detalles mejor. 





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